Cuando se empieza a trabajar en cualquier empresa, comercio o institución, generalmente uno está bastante desorientado. No se siente jugando de local. No conoce el lugar, no sabe quienes serán sus interlocutores para las tareas del día a día, desconoce la historia de la empresa, sus objetivos, valores. En definitiva necesita ser capacitado u orientado para suavizar y facilitar su ingreso.

Este sería el famoso proceso de inducción. Es una instancia de capacitación en la cual se le brindan al empleado una serie de herramientas que serán fundamentales para su rápida adaptación al nuevo trabajo. Por eso se dice que existen dos instancias: una inducción institucional y una inducción al puesto de trabajo. Hay quienes sostienen que el proceso de inducción es tan importante como el proceso de selección.

Un artículo que me parece esclarecedor es el publicado hace ya algunos años por KPMG en Uruguay cuya autora la Psicóloga Beatriz Martinez afirma, siguiendo la línea de los autores Gibson, Ivancevich y Donnelly, que la inducción es una herramienta de transmisión cultural. Y precisamente una de las causas más frecuentes de fracaso en el ámbito laboral es la imposibilidad de incorporarse a una nueva cultura organizacional. Este proceso de socialización laboral debería ser el puntanpié inicial para que el nuevo empleado construya su sentido de pertenencia, se comprometa, eficientizará determinadas tareas permitiéndole a la organización optimizar su tiempo y dinero. En fin, son muchas las razones por las cuales este proceso no debe ser obviado.

Me pregunto cuántos de nosotros hemos tenido la oportunidad de contar con esta instancia de capacitación cuando iniciamos un nuevo trabajo y en qué medida esto contribuye o no con nuestro éxito posterior.

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